Hace 37 años, en la acera de la calle 72, a pocos metros del Central Park de Nueva York, David Chapman le disparó a John Lennon cuando volvía junto con su esposa Yoko Ono a su departamento del edificio Dakota luego de una sesión en el estudio.
Fue la más pura forma de violencia ya que Chapman nunca dio una razón lógica de sus actos. El mundo se quedaba así sin uno de sus más grandes compositores.
¿Qué canciones hubiera podido escribir? ¿En cuántos conciertos más pudo haber participado? ¿Se hubiera concretado una reunión de los Beatles?
Son respuestas que los fanáticos de la música, y de la propia carrera de John Lennon, nunca podrán obtener una respuesta.
La violencia, las armas de fuego, cegaron una vida que aún tenía mucho que regalar al mundo.
Esa es la violencia, la que mata miles de personas alrededor del mundo todos los días, uno de los más grandes problemas de esta humanidad.
Las armas, las malditas armas, que los desequilibrados mentales compran sin problema en Estados Unidos; las que cruzan tan fácilmente nuestra frontera para formar parte de la fuerza de fuego del narcotráfico… Las que todos los días ciegan la vida de hombres, mujeres, ancianos y niños inocentes.
Las que han causado cientos de miles de muertes y que, para mala fortuna de nosotros los mexicanos, seguirán cobrando un alto costo en sangre, en vidas y en esperanzas.
No todos somos John Lennon; pero todos tenemos derecho a un futuro: sin violencia; con la tranquilidad de que nuestros hijos o nuestros seres queridos no se encontrarán con una bala asesina a la vuelta de una esquina.
¿Hasta cuándo?